Fuente: Revista Xtrem Secure
La inteligencia artificial (IA) generará gran cantidad de beneficios pero también según diferentes estudios y analistas, entre el 14% y el 40% de los puestos de trabajo actuales corre el riesgo de desaparecer debido al efecto combinado de estos sistemas y la robótica.
“El ser humano se verá obligado a formarse continuamente para no quedar obsoleto”, avanza Robin Li, consejero delegado de Baidu. Pero existe el escenario de la singularidad tecnológica que dibuja un futuro en el que los avances tecnológicos desembocan en una superinteligencia que supera con creces la del ser humano. Y no faltan científicos que la consideran una posibilidad menos remota de lo que muchos otros quieren creer.
China se ha propuesto liderar el desarrollo de la inteligencia artificial: ya es el que más invierte en el sector, el que más instituciones públicas tiene investigando y el que más patentes registra: según el informe de 2018 Artificial Intelligence, a European Perspective, de la Comisión Europea.
También es el país con menos barreras éticas y legales. Eso permite que los científicos se adentren en terrenos que otros países consideran pantanosos. Wu Shuang, científico jefe de Yitu, una de las empresas de IA más punteras de China y doctor en Física por la University of Southern California asegura que “todavía estamos en la fase de dotar a las máquinas de capacidad de percepción y lejos de pasar a las de razonamiento y toma de decisiones. Pero estoy convencido de que las máquinas terminarán adquiriendo sentido común y de que serán capaces de tomar decisiones cotidianas mejor que los humanos”.
“Siempre hemos querido creer que el ser humano es el centro del universo. Luego nos hemos dado cuenta de que vivimos en un pequeño planeta de un sistema solar que ni siquiera está en el centro de la galaxia”, asegura Shuang. “También pensamos que tenemos un intelecto superior, creativo y capaz de razonar. Todavía no sabemos exactamente cómo funciona, pero creo que terminaremos por entender todos sus mecanismos. Eso nos ayudará a mejorar, pero también demostrará que puede existir una inteligencia superior”.
Chen Haibo, consejero delegado de DeepBlue, otra gran empresa china del sector, cree que ni siquiera la imaginación será siempre un coto privado del Homo sapiens y pone ejemplos de algunos pasos que ya se están dando en esa dirección. “El reconocimiento de imagen en los últimos siete años ha superado ya al del ser humano. Por eso, en los controles de inmigración las cámaras pueden reconocer rostros mejor que los agentes. Es una tecnología que también se utiliza en medicina. En el caso de los tumores de retina se ha descubierto que el ordenador sabe distinguir si una retina es de hombre o de mujer, algo que ningún médico sabe hacer. Ese sería un ejemplo de superinteligencia en el que el ordenador ve cosas que escapan al ojo humano”.
Por otro lado, la potencia de computación crece de forma exponencial a la vez que los chips se hacen más pequeños. Peter Abbeel, profesor de la UC Berkeley y científico jefe de Embodied Intelligence, concuerda: “Todavía no existe una máquina con la potencia de computación para reproducir el cerebro humano, pero sí se puede lograr en la nube, con una red de ordenadores”. En opinión de Abbeel, ese no es el mayor problema. “Según avancen los chips, también resultarán cada vez más baratos. Una máquina con la capacidad de computación de una persona podría incluso costar menos que el salario mínimo”, señala.
El Proyecto Cerebro Humano de la Unión Europea busca algo similar con la Plataforma de Simulación del Cerebro. Mientras Abbeel considera que estos avances pueden ser el primer paso en el camino hacia una superinteligencia, José Dorronsoro, catedrático en Ciencia de Computación e Inteligencia Artificial en la Universidad Autónoma de Madrid, no cree que vaya a convertirse en el germen de la singularidad tecnológica. “Una máquina puede hacer muchísimos cálculos a una velocidad enorme, pero necesita un marco conceptual para ir más lejos. Tenemos que entender el cerebro también desde el punto de vista neurofisiológico” afirma el experto.
Dorronsoro subraya los dilemas éticos que la inteligencia artificial tiene que resolver antes de poder dar el salto hacia la superinteligencia. El primero, asegura, llegará con los vehículos autónomos. “Tendrán que reaccionar ante los imprevistos y, por lo tanto, tendrán que tomar decisiones que tienen una vertiente ética. Porque no habrá tiempo para que el coche envíe un mensaje con el dilema que se plantea a un centro de control en el que seres humanos decidan qué hacer. ¿Atropello a la señora o tiro el coche por el barranco?”.
Al fin y al cabo, los algoritmos responden a intereses comerciales que crean muros para separar unos de otros. El interés público es lo de menos cuando las inteligencias artificiales tienen logotipo. “Debería iniciarse un diálogo social transparente y más activo para debatir sobre su funcionamiento. Y los Gobiernos, que hasta ahora han sido reactivos, deben ser proactivos y regular todo esto mucho más rápido”. Todos los entrevistados para este reportaje coinciden en la necesidad de regular la inteligencia artificial para poner coto a los desmanes de las grandes corporaciones antes de que sea demasiado tarde.
Independientemente de que se termine alcanzando la singularidad tecnológica o no, ninguno de ellos duda de que la inteligencia artificial vaya a tener un profundo efecto en la sociedad. Y afirman que estamos todavía en la infancia de esta tecnología y no tenemos claro qué buscamos. "Deberíamos centrarnos en utilizarla para resolver los problemas sociales existentes y no solo para el beneficio económico”, advierte Yang Xueshan, profesor de la Peking University y exviceministro de Industria y Tecnologías de la Información de China.
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